sábado, 23 de diciembre de 2017

Querido Niño Jesús, acurrucado en el seno de tu Madre Inmaculada




“Querido Niñito Jesús, acurrucado en el seno de tu Madre Inmaculada, vengo a verte; necesito hablarte. Decirte ante todo cuánto me maravilla que Dios en persona haya tomado nuestra carne, tan frágil y vulnerable. Has hecho un salto vertiginoso desde los esplendores celestiales donde vivías con el Padre para desposar nuestra raza tan miserable y correr con nosotros toda clase de riesgos... ¡Esto me sumerge en adoración! ¿Cómo no amarte? ¡Cómo no quererte hasta el infinito en ese estado de cigoto, de embrión, de feto, aun antes de que pudiera verse tu rostro en el paupérrimo establo de Belén! Sí, te amo porque has hecho esto por amor a mí, a mi familia, a toda la humanidad. Has venido a nuestro barro fangoso para salvarnos, para elevarnos hacia ti y permitirnos que participáramos contigo de las delicias de una vida eterna en tu presencia. ¡Solamente a ti, Jesús, se te podía haber ocurrido semejante locura! Pero no has dejado de sorprendernos, ¡comienzo a conocerte!
Jesús, sabes, mi visita es un poco interesada... Tengo algo que pedirte, ¡no te sorprendas! Hoy en día, pequeños seres minúsculos como Tú se esconden de a millones en el seno de sus madres. ¡Son tus tesoros, Jesús! Sus ángeles en el Cielo contemplan incesantemente el rostro de tu Padre. No hay quien sea más inocente que ellos en toda la Tierra. Déjame hablarte de ellos, porque todos han recibido el don de la vida, pero no todos han recibido el don del amor. Algunos flotan alegremente al sentir el amor de sus madres, pero otros se preguntan qué están haciendo allí porque perciben que son rechazados.
Jesús, tú que eres a la vez Vida y Amor, tú que eres también la Palabra viva, seguramente adivinas lo que voy a pedirte: ¡Te lo ruego, visítalos a todos! Los pequeños que se alegran al saberse amados y aquellos que sufren por su rechazo. ¡Eres tan chiquito que no tendrán miedo cuando te acerques, al contrario! Ve a su encuentro allí donde estén, en aquellos tabernáculos de la vida humana donde están creciendo lentamente. Tienes el mismo tamaño que ellos, ¡sé para ellos un divino mellizo! Gracias a sus antenas extremadamente sensibles que les confiere su inocencia, están a la escucha del alma de sus madres, al igual que la de su Creador. ¡Aprovéchate de ello, Jesús! ¡Diles que son infinitamente preciosos para ti, cómo reconoces en ellos tu propia imagen, cuánto deseas verlos crecer y transformarse plenamente en lo que son en el plan de amor que has concebido para ellos!
Y si desgraciadamente fueran arrancados, naturalmente o por medios violentos, de su humilde escondite, oh tierno Jesús, ¡escucha sus gritos de angustia y derrama en ellos tu inmenso amor para sanar su herida! Y que les suceda según tu palabra, Jesús: “Padre, quiero que ellos estén donde yo esté, ¡que estén ellos también conmigo! Y que ese torrente de amor envuelva también el corazón de quienes han elegido desecharlos. Por favor, permíteles que se acojan a tu abrazo de misericordia.
Niñito Jesús escondido en María, ¡cómo agradecerte por haberme visitado en el seno de mi madre, cuando ella y mi papá me consagraron a tu Sagrado Corazón y al Corazón Inmaculado de María! Haz que todos los padres hagan lo mismo; aleja de ellos los lobos que por el contrario quieren robar y devorar a los hijos de los hombres.
Minúsculo Jesús escondido en María, escucha mi pobre oración a favor de tus semejantes. El día de Navidad, ven a nacer en mi corazón que languidece por ti, te espera y aguarda, así como el centinela otea la aurora. ¡Maranathá!


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